España, al borde del colapso climático: ¿estamos preparados para +4°C?
ESCENARIOS 2100.
El verano de 2025 podría ser solo el preludio de lo que nos espera en 2100: temperaturas de hasta 55°C, noches tropicales, escasez de agua y migraciones internas.
¿Estamos preparados o preparándonos para esas temperaturas? / Observatorio de la Sostenibilidad.
España encara el reto de adaptarse para sobrevivir en un clima radicalmente distinto: se enfrenta a escenarios inéditos de calor, sequía y pérdida de biodiversidad que redefinirán la vida, la economía y la salud pública.
El cambio climático ha dejado de ser una amenaza remota para convertirse en una realidad palpable y acelerada. Las proyecciones científicas más recientes advierten que España podría experimentar un incremento de temperatura superior a los 4°C para finales de siglo si no se adoptan medidas drásticas e inmediatas. Este escenario, que hace apenas unas décadas parecía improbable, se perfila hoy como una posibilidad alarmantemente real, obligando al país a replantear su enfoque: la adaptación urgente debe situarse al mismo nivel que la mitigación.
En los círculos científicos, la resignación y la preocupación dominan el debate. La inacción global ha dejado poco margen para el optimismo: ahora, la prioridad es prepararse para los peores escenarios, empleando todos los recursos de la ciencia, la tecnología y la cooperación social para afrontar un futuro que, con toda probabilidad, será el más adverso que haya conocido la humanidad. El tiempo se agota y, aunque el deterioro será progresivo, una parte significativa del planeta se volverá inhabitable, mientras los fenómenos climáticos extremos se intensifican y multiplican.
Datos escalofriantes.
España ya ha superado los +1,7°C respecto a los niveles preindustriales. Si el calentamiento global alcanza los +3°C de media, la región mediterránea podría rozar o incluso superar los 4°C a finales de siglo, desencadenando impactos de una magnitud sin precedentes. Desde 1961, los registros muestran una tendencia inequívoca: los siete años más calurosos se concentran en la última década, con 2022, 2023 y 2024 como años récord. Eventos extremos como la DANA de Valencia en 2024 y las inundaciones de la primavera de 2025, junto al aumento del nivel del mar y la estimación de unas 8.000 muertes anuales por calor extremo, configuran un panorama inquietante.
Las previsiones para 2100 anticipan un Mediterráneo más cálido y extremo, marcado por olas de calor prolongadas, temperaturas que podrían alcanzar los 50-55°C en el sur, noches tropicales por encima de 28-30°C, sequías crónicas, reducción de precipitaciones de hasta un 30% en algunas regiones y pérdida acelerada de biodiversidad.
Ecosistemas emblemáticos como Doñana, La Albufera o el Delta del Ebro están en riesgo, mientras los glaciares desaparecerán y el manto de nieve en los Pirineos se reducirá drásticamente. El aumento del nivel del mar amenaza a ciudades costeras como Barcelona, Valencia o Cádiz, y la agricultura tradicional, como el olivo y la vid, se verá desplazada o severamente afectada. El turismo sufrirá un declive, y el calor marino intensificará las olas de calor en el mar, agravando la situación costera.
Sectores clave.
El informe francés sobre escenarios de +4°C, tomado como referencia, identifica sectores clave especialmente vulnerables:
- Salud pública: El calor extremo incrementará la mortalidad, sobre todo entre ancianos y trabajadores al aire libre, y favorecerá la expansión de enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos invasores. Los barrios sin aire acondicionado se convertirán en trampas mortales, y la contaminación y las alergias se agravarán.
- Agua: Se prevé una reducción del 40% en la disponibilidad de agua en cuencas como la del Guadalquivir o el Segura, con salinización de acuíferos y conflictos entre usos agrícolas, industriales y urbanos. La sobreexplotación y la sequía crónica pondrán en jaque la viabilidad de los regadíos y de infraestructuras esenciales.
- Agricultura y ganadería: La productividad de cultivos clave podría caer hasta un 30%, con desplazamiento de viñedos y olivares hacia el norte, aumento de plagas y dependencia de importaciones. La ganadería intensiva requerirá más energía para refrigeración, y la falta de pastos agravará el estrés térmico animal.
- Bosques e incendios: El riesgo de incendios devastadores aumentará durante todo el año, incluso en invierno, favoreciendo la desertificación de hasta el 80% del sur peninsular y la pérdida masiva de biodiversidad.
- Infraestructuras: El calor extremo deformará carreteras y raíles, provocará cortes de energía y aumentará los costes logísticos. La refrigeración de centrales nucleares podría verse comprometida por la escasez de agua.
- Zonas urbanas: Las ciudades, donde se concentra la mayor parte de la población, sufrirán islas de calor de hasta 7°C más que las zonas rurales, agravando los problemas de acceso al agua y propiciando migraciones climáticas desde el sur y centro hacia el norte.
Adaptación radical.
La adaptación radical es, por tanto, una prioridad impostergable. Entre las propuestas más urgentes destacan:
- Refuerzo de los sistemas de alerta temprana y creación de refugios climáticos.
- Adaptación de hospitales y protocolos sanitarios a nuevas patologías y control de vectores.
- Recarga de acuíferos, reutilización masiva de aguas residuales y reducción del consumo en regadíos.
- Protección costera mediante relocalización de infraestructuras y restauración de humedales.
- Uso de materiales resistentes al calor en infraestructuras, horarios nocturnos en sectores expuestos y fomento del transporte público eléctrico eficiente.
- Promoción de cultivos resistentes a la sequía, prohibición de cultivos hiper demandantes de agua, y transición hacia la agroforestería y suelos regenerativos.
- Retirada estratégica de infraestructuras en zonas inundables, creación de ciudades esponja y planes de contingencia ante olas de calor.
- Adaptación urbana con techos verdes, pavimentos permeables, edificios bioclimáticos, vegetación urbana, refugios climáticos y rehabilitación energética masiva.
Regulación de emergencia.
Para hacer frente a este desafío, se requieren leyes de adaptación climática a todos los niveles de gobierno, presupuestos reales y una gobernanza democrática que involucre a la ciudadanía en la toma de decisiones. Se necesita democracia directa e inteligencia colectiva y un Parlamento Climático ciudadano permanente que provoque una conversación climática de adaptación y haga un seguimiento de las decisiones políticas para que garanticen actuaciones que la sociedad necesita ya en estos momentos. Y que se haga valer el documento de compromiso Mandato por el Clima firmado por todos los partidos políticos parlamentarios, con una única excepción, en septiembre de 2024.
Solo una acción decidida y colectiva podrá evitar que la inacción se traduzca en pérdidas humanas y económicas irreparables. El verano de 2025, previsible con récords de temperatura y fenómenos extremos, es un recordatorio ineludible: la adaptación no puede esperar más.
Por: Fernando Prieto y Alejandro Sacristán.
Fernando Prieto es doctor en Ecología y director del Observatorio de Sostenibilidad. Alejandro Sacristán es divulgador científico y forma parte de la lista Forbes Top 40 de prospectiva de España.
Sitio Fuente: Levante / Tendencias21