Entre el cielo y la extinción: la Guacamaya verde militar renace en México
CIENCIAS DE LA VIDA / FAUNA SILVESTRE.
Cómo un santuario protege a la guacamaya verde militar. Caso de éxito en favor de la conservación.
Una fría mañana de febrero, el cielo comienza a pintarse de colores mientras amanece en las verdes montañas de Cabo Corrientes, en la costa del estado de Jalisco, México. A lo lejos, se escuchan profundos llamados que resuenan a cientos de metros de distancia dentro del bosque. El origen de estos sonidos es inconfundible. Al alzar la mirada, una parvada de seis guacamayas verdes militares (Ara militaris mexicanus) atraviesan en vuelo luciendo su plumaje verde, azul, amarillo, y una pizca de rojo.
Aunque la guacamaya verde militar se distribuye desde México hasta Argentina, la subespecie mexicana es endémica del país. Está catalogada en peligro de extinción por la Norma Oficial Mexicana 059, debido a la reducción de sus poblaciones. Se estima que quedan menos de tres mil individuos en estado silvestre. Las causas: la reducción de su hábitat y el tráfico ilegal. Hace unas décadas, su distribución abarcaba desde Chihuahua hasta las costas de Chiapas, cruzando hasta el Golfo de México. Hoy, su presencia se ha fragmentado en pequeños parches dentro de lo que una vez fue su territorio natural.
La pérdida y fragmentación de los bosques de pino-encino y selvas tropicales se debe principalmente a la deforestación y al cambio de uso del suelo a favor de la agricultura y la ganadería. Estas prácticas han reducido drásticamente las áreas disponibles para su alimentación y nidificación.
Uno de los mayores problemas que enfrenta la especie es la escasez de árboles adecuados para anidar. Estas aves monógamas requieren de grandes cavidades en árboles longevos, que suelen ser los primeros en ser talados para la obtención de madera.
Sería una tragedia que algún día estos cielos despertaran en silencio, sin el vibrante canto de las guacamayas.
Una comunidad que decidió cambiar su destino.
Las guacamayas son aves de gran inteligencia y carisma, reconocidas por su colorido plumaje, su elegante vuelo y su enérgico parloteo. Al ser monógamas, forman parejas estables de por vida, quienes expresan comportamientos afectivos como el acicalamiento mutuo y el juego.
También son altamente sociables; se desplazan en grupos de dos a ocho individuos, aunque en ocasiones pueden formar bandadas de decenas alrededor de fuentes de agua o árboles frutales.
En México, se han registrado 22 especies de psitácidos (comúnmente conocidos como loros, incluidos cotorras, pericos y guacamayas). Lamentablemente veinte de esas especies se encuentran en alguna categoría de riesgo: seis en peligro de extinción, diez amenazadas y cuatro bajo protección especial.
La guacamaya se encuentra dentro del género Ara, del cual México alberga dos especies: la guacamaya verde militar (Ara militaris) y la guacamaya roja (Ara macao).
Aunque la compra y venta de guacamayas y pericos es ilegal, la aplicación de la legislación es limitada. La venta de polluelos a traficantes, quienes los comercializan fuera del país, representa una importante fuente de ingresos para los habitantes locales.
La Organización No Gubernamental Defenders of Wildlife estima que cada año, entre 65,000 y 78,000 pericos son capturados en México, con una tasa de mortalidad superior al 75 % antes de llegar al consumidor final. Este comercio no solo es cruel e inhumano, sino que representa un desperdicio devastador de vida silvestre.
Frente a ese trágico destino, iniciativas como el Santuario de las Guacamayas, en Cabo Corrientes, zona costera cercana a Puerto Vallarta,
El Santuario fue fundado por Francisco Espino y su familia dentro de su ejido en Cabo Corrientes, en respuesta a la invitación de biólogos locales a conservar la zona. Los expertos identificaron la importancia del sitio al descubrir que era habitado regularmente por una población de guacamayas verdes militares.
Francisco, un apasionado de la naturaleza, recorre cada semana el lugar y los alrededores a pie. Conoce la región como la palma de su mano, pero su interés va más allá. De forma autodidacta, y con la ayuda de guías locales, ha aprendido a identificar la flora y fauna.
Esta pasión ha sido transmitida a sus hijos, Chuy y Jorge, quienes colaboran activamente en la conservación del santuario. La familia Espino es hoy una de las más expertas en la región. Desde entonces, el cambio ha sido evidente, ya que antes de que el sitio fuera declarado santuario, Francisco y la población local tenían conocimiento de tan solo tres nidos de guacamayas en la zona.
El punto de inflexión ocurrió en 2012, cuando traficantes ingresaron ilegalmente a la propiedad y en su intento de atrapar a los polluelos talaron uno de los pinos más antiguos. Este árbol, que por años había servido como un refugio seguro, albergaba un nido activo de guacamayas.
Al percatarse, Francisco y su familia acudieron al sitio y, tras una evaluación con las autoridades locales, decidieron cortar y trasladar la sección del tronco que contenía el nido a otro pino cercano. Sorprendentemente, la estrategia funcionó. Pocos meses después, el primer nido artificial fue ocupado por una pareja de guacamayas, que logró criar con éxito a dos polluelos.
A partir de este suceso, Francisco y su familia reconocieron la necesidad urgente de generar áreas de nidificación para estas aves. Así nació el Santuario de las Guacamayas, el único proyecto en México enfocado en la conservación y reproducción en vida silvestre de esta especie.
"El Santuario es la prueba de que, con esfuerzo y determinación, se pueden lograr grandes cosas. A pesar de los desafíos y la falta de apoyo, el compromiso de quienes formamos parte de este proyecto ha permitido proteger a la guacamaya verde militar. Mi mayor motivación es asegurar que las futuras generaciones también tengan la oportunidad de admirar a esta magnífica especie.", expresa Jorge Espino, fundador y director del Santuario.
Conservar a 25 metros de altura.
Para enfrentar la escasez de sitios de nidificación, los integrantes del proyecto iniciaron un ambicioso programa de elaboración, instalación y mantenimiento de nidos artificiales de madera en lo alto de los pinos más grandes del bosque dentro de su ejido.
Este proceso, aunque parece sencillo, es sumamente laborioso. Cada nido requiere siete días de construcción y un extenuante transporte hasta lo profundo del bosque. Los nidos pesan unos 80 kilos, son elevados 25 m solamente con cuerdas, lo que requiere mucho esfuerzo físico. Con el tiempo, Francisco, Chuy y Jorge se han convertido en maestros en la construcción de nidos y en el rappel necesario para ubicarlos estratégicamente.
"Es en las alturas donde la emoción y el nerviosismo me invaden, porque me doy cuenta de la importancia de mi trabajo para esos polluelos, seres tan inocentes con los que siento una conexión profunda”.
“Durante todo el proceso, experimento una gran sensación de responsabilidad y cuidado, sabiendo que estoy ayudando a asegurar su supervivencia. Es un momento mágico, porque no cualquiera tiene la oportunidad de hacer este trabajo". Chuy, agrónomo y colaborador del Santuario.
Una vez instalados los nidos, comienza el verdadero trabajo de conservación. Durante la temporada de nidificación, que va de noviembre a febrero, la familia trabaja junto con biólogos locales para monitorear el crecimiento de los polluelos.
Al ser una UMA (Unidad de Manejo Ambiental), el Santuario tiene la competencia y autoridad para realizar el manejo adecuado.
Cada nido puede ser inspeccionado regularmente, al menos una vez al mes. Bajan cuidadosamente a los polluelos para realizar biometrías, tomar medidas y peso, desparasitarlos y examinarlos.
De esta manera, mantienen un registro del crecimiento y bienestar de cada polluelo nacido dentro de los nidos. También instalaron cámaras trampa para monitorear los nidos y detectar posibles amenazas, como ocelotes, jaguarundis o inclusive aves rapaces, y tomar medidas para asegurar el bienestar de los nidos.
Durante todo el proceso de inspección, los padres guacamayas se mantienen atentos, haciendo vuelos continuamente y vigilando desde los árboles cercanos. Aunque el proceso puede ser estresante para ellos, es esencial para garantizar la supervivencia de las nuevas generaciones.
Con los años, las guacamayas han aprendido a reconocer que Francisco y su familia no son una amenaza para sus polluelos, lo que ha facilitado este esfuerzo de conservación. Aunque los ruidosos llamados de las aves nunca faltan durante las tareas del monitoreo.
“Enfrentamos diversos retos diariamente, como el cuidado de la zona para evitar que personas ingresen a cazar, capturar aves o extraer flora. Además, enfrentamos desafíos legislativos, ya que, al no contar con apoyo gubernamental, hay muchas acciones que podríamos implementar para acelerar la recuperación de la población, pero la falta de recursos nos limita”, declara Francisco con preocupación.
Más que números.
A pesar de las dificultades, el Santuario de las Guacamayas ha logrado avances significativos en la conservación de la especie. En los últimos años, se ha implementado con éxito un programa de anillamiento de polluelos, lo que ha permitido un monitoreo preciso del crecimiento de la población.
Gracias a este esfuerzo y compromiso, sin apoyo gubernamental, el santuario ha instalado 31 nidos artificiales, ocupados en su totalidad año tras año. La creación e instalación de estos nidos ha sido posible gracias a donaciones de individuos y empresas privadas comprometidas con la conservación, quienes han reconocido la importancia de esta labor.
Los resultados son tangibles y alentadores. En los últimos siete años, se han registrado 86 polluelos anillados que han logrado sobrevivir hasta la etapa adulta. Este dato no solo refleja el éxito reproductivo de la población, sino también la efectividad de los nidos artificiales como una estrategia para contrarrestar la escasez de sitios de anidación naturales.
Además, algunos de estos individuos han regresado al santuario para reproducirse, lo que indica que la población local se está consolidando y que los esfuerzos de conservación generan un impacto a largo plazo. Este ciclo de retorno y reproducción es un indicador clave de la salud de la población y de la viabilidad del proyecto.
“Si el santuario no existiera, esta población probablemente ya habría desaparecido. Con nuestro trabajo, la población ha aumentado en 82 individuos. Actualmente, hemos llegado a contar hasta 110 guacamayas en la zona. Sin los nuevos ejemplares, la especie aquí ya estaría extinta”, menciona Selene Barba, bióloga especialista en guacamayas verdes militares.
Una escuela de conservación.
La labor del santuario no se limita a la protección directa de la especie. Conscientes de que la educación ambiental es un pilar fundamental para la conservación a largo plazo, el equipo del santuario realiza charlas y exposiciones dentro del mismo santuario o en espacios de interés como el Jardín Botánico de Vallarta. Comparten así su historia de éxito y fomentan en la comunidad local una mayor conciencia ambiental sobre la importancia de conservar a la guacamaya.
"El Santuario juega un papel crucial al ser un referente de conservación y educación ambiental. No solo protege la biodiversidad de la región, sino que también ofrece oportunidades de empleo y desarrollo sostenible a la comunidad. Además, conecta a los habitantes con su patrimonio natural, fortaleciendo su identidad cultural y su vínculo con la naturaleza", destaca Jaime Torres, biólogo y responsable técnico del santuario.
Esta iniciativa no solo ha contribuido al aumento de la población de guacamayas en la región, sino que también ha transformado la relación de la comunidad con su entorno.
“La existencia del Santuario ha fomentado una mayor concienciación sobre la importancia de la conservación y el respeto hacia el medio ambiente. La comunidad local ha aprendido a valorar sus recursos naturales y a entender que su preservación es fundamental no sólo para su bienestar presente, sino también para las futuras generaciones. Este cambio de mentalidad ha impulsado prácticas más sostenibles y una participación en la conservación del entorno”.
Este proyecto demuestra que la conservación efectiva es posible cuando se combina el conocimiento científico con la pasión y el compromiso de las personas. La combinación perfecta para asegurar el futuro de la guacamaya verde militar y no se apague el vibrante eco de sus cantos en los bosques de México.
Por: Giancarlo Velmarch.
Sobre el Autor: *Giancarlo Velmarch. Estudiante de Ciencias Ambientales, Universidad de Navarra. Investigador y fotoperiodista especializado en conservación y naturaleza. Ha colaborado con reservas naturales y proyectos dedicados a la protección de la vida silvestre y la preservación del medio ambiente en diversas regiones del mundo, México, Estados Unidos, España, Botswana, Uganda y Kenia.
Sitio Fuente: Ciencia UNAM