¿Por qué no todos olemos y saboreamos igual?

CIENCIAS DE LA VIDA.-

¿Por qué algunas personas adoran el cilantro y otras lo detestan? ¿Por qué un perfume exquisito para ti puede resultar insoportable para alguien más?

La respuesta está en la biología de nuestros sentidos y en la compleja interacción entre genética, entorno y experiencia. La percepción sensorial no es universal: cada individuo vive el mundo de los olores, sabores y texturas de forma única.

1. Genética: el mapa sensorial único de cada persona.

Una de las claves para entender la percepción sensorial está en nuestros genes. Variaciones genéticas específicas determinan cómo percibimos compuestos químicos presentes en los alimentos y olores del entorno. Por ejemplo, el gen OR6A2, relacionado con la percepción del cilantro, puede hacer que algunas personas lo asocien con un sabor fresco y cítrico, mientras que otras lo experimentan como un desagradable sabor a jabón.

Otro caso célebre es el del compuesto PTC (feniltiocarbamida): algunas personas lo detectan como extremadamente amargo, mientras que otras no lo perciben en absoluto. Esto depende de la presencia o ausencia de receptores gustativos específicos codificados por el gen TAS2R38.

2. Cultura y aprendizaje: lo que nos enseñan a saborear y oler.

La genética no lo es todo. La cultura y las experiencias personales modulan profundamente nuestra percepción sensorial. Lo que consideramos sabroso o repulsivo muchas veces depende de nuestra educación sensorial. El durián, una fruta de olor penetrante que en algunos países se considera un manjar, puede resultar repulsiva para quienes no están acostumbrados a ella.

Además, las asociaciones aprendidas influyen en nuestras reacciones. Si una persona ha tenido una experiencia negativa con un alimento (como una intoxicación), puede desarrollar una aversión persistente al olor o sabor relacionado.

3. Estado de salud y entorno: la percepción sensorial es dinámica.

Nuestro sistema sensorial cambia con el tiempo y puede verse afectado por factores como la edad, enfermedades o incluso el estado de ánimo. Por ejemplo, infecciones como el COVID-19 han demostrado alterar o suprimir temporalmente el sentido del gusto y el olfato.

Asimismo, la exposición continua a ciertos olores puede provocar adaptación sensorial, reduciendo nuestra capacidad de detectarlos. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando alguien deja de notar el olor de su propio perfume después de usarlo durante varios días.

4. Cerebro y emoción: cómo interpretamos lo que sentimos.

La percepción sensorial no se limita a detectar estímulos; también implica cómo el cerebro los interpreta. El sistema límbico, que regula las emociones, está estrechamente conectado con el sistema olfativo. Por eso, ciertos olores pueden evocar recuerdos intensos o sentimientos profundos.

El sabor también está influenciado por la expectativa. Estudios han demostrado que las personas perciben mejor el sabor de un vino si creen que es caro, aunque en realidad sea uno barato. Este fenómeno se conoce como “efecto placebo sensorial”.

Un universo sensorial profundamente personal.

Por tanto, la percepción de olores, sabores, texturas y otros estímulos sensoriales no es una experiencia objetiva ni compartida de forma uniforme. Es el resultado de una compleja red de factores genéticos, culturales, psicológicos y contextuales. Comprender estas diferencias puede ayudarnos a tener una mayor empatía y a aceptar que el gusto (literalmente) no está escrito en piedra.

Así que la próxima vez que alguien rechace un plato que tú adoras o critique un perfume que te encanta, recuerda: cada cerebro, cada cuerpo, cada historia… percibe el mundo de una manera distinta.

Sitio Fuente: NCYT de Amazings