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La IA como colaborador, no como creador

INTELIGENCIA ARTIFICIAL. Tiempo de lectura: 4 minutos.-

La razón por la que hoy estás leyendo esta carta es porque hace 30 años me aburría.

Estaba aburrido y sentía curiosidad por el mundo, así que pasaba mucho tiempo en el laboratorio de informática de la universidad, explorando Usenet y los inicios de la World Wide Web en busca de cosas interesantes para leer.

Pronto me cansé de ser solo un lector: quería crear contenido. Aprendí HTML, hice una página web sencilla, después una mejor, y luego acabé montando un sitio entero lleno de experimentos digitales. Y seguí por ese camino.

Aquel primer y rudimentario conjunto de páginas me llevó a unas prácticas en la edición online de una revista que, en realidad, prestaba poca atención a lo que los frikis hacíamos en internet. A partir de ahí conseguí mi primer trabajo de verdad en periodismo, luego otro y, por último, el que tengo ahora.

Pero nada de eso habría pasado si no hubiese sentido ese aburrimiento inicial y, sobre todo, esa curiosidad. Curiosidad por la tecnología.

A simple vista, el laboratorio de informática de una universidad no parece un espacio donde florezca la creatividad. Solemos pensar en el estudio de un pintor o en el taller de un escritor como los lugares donde ocurre «lo creativo».

Sin embargo, a lo largo de la historia, muchos de los grandes saltos creativos — y diría que internet y todo lo que ha surgido a partir de ella son un ejemplo claro — han sido posibles gracias a avances tecnológicos.

Existen ejemplos evidentes y conocidos, como la fotografía o la imprenta, pero lo mismo ocurre con todo tipo de invenciones creativas que solemos dar por sentadas. Los óleos, el teatro, las partituras. ¡Los sintetizadores eléctricos! Prácticamente en cualquier disciplina artística —salvo quizá en la voz humana en estado puro— la tecnología ha tenido un papel fundamental.

Ahora bien, el mérito artístico nunca ha estado en la tecnología en sí misma, sino en cómo la empleamos para expresar lo que nos hace humanos.

No es casual que hablemos del arte con palabras como alma, corazón o vida; y que, cuando lo criticamos, digamos que es estéril, frío o sin vida. (Claro que se puede admirar una obra «estéril», pero normalmente eso ocurre cuando el artista ha jugado con esa cualidad para transmitir un mensaje profundamente humano).

Todo esto para decir que sí: creo que la inteligencia artificial puede ser —y ya es— una herramienta de expresión creativa. Pero el verdadero arte siempre nacerá del ingenio humano, no de las máquinas.

Puedo equivocarme. Espero que no.

Este número, creado íntegramente por personas con la ayuda de ordenadores, explora precisamente esa tensión entre la creatividad y la tecnología. Lo verás reflejado en la portada, ilustrada por Tom Humberstone, y en los artículos de James O’Donnell, Will Douglas Heaven, Rebecca Ackermann, Michelle Kim, Bryan Gardiner y Allison Arieff.

Por supuesto, la creatividad no se limita al arte. Es la base de todo progreso humano, porque es la manera en la que resolvemos problemas. Por eso también hemos querido incluir historias que muestren ese lado. Encontrarás ejemplos en los textos de Carrie Klein, Carly Kay, Matthew Ponsford y Robin George Andrews. (Si alguna vez te preguntaste cómo podríamos desviar un asteroide con una explosión nuclear, este número es para ti).

Nosotros también estamos intentando ser un poco más creativos. En los próximos números verás algunos cambios en la revista: nuevas secciones fijas como «3 cosas» de Caiwei Chen, y más espacio para escuchar a nuestros lectores. Queremos responder a tus preguntas sobre tecnología y recibir tus comentarios. Puedes escribirnos a: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

Como siempre, gracias por leernos.

Por: Mat Honan.

Sitio Fuente: MIT Technology Review