Energía más limpia para las personas desplazadas
FAO.
Un modo de reducir las tensiones entre las comunidades de acogida y las comunidades desplazadas en torno a los recursos naturales en Djibouti.
Agachada junto a una cocina compacta y de bajo consumo energético, Hilina remueve la sopa con una sonrisa.
“Esta cocina es increíble; no echa humo y funciona muy bien”, explica Hilina con auténtica alegría, en medio de un paisaje que no invita precisamente a sentir esta emoción.
Hilina es una de las más de 17 000 personas que residen en la actualidad en el campamento de Ali-Addeh, en Djibouti. Nació aquí, por lo que es el único hogar que ha conocido. Su familia huyó de Etiopía en 1991 a causa de la guerra.
El campamento de Ali-Addeh es una extensión árida y desolada junto a las montañas, que parecen vigilar el asentamiento como centinelas. Las familias que han huido a Djibouti desde Somalia, Eritrea, Etiopía y el Yemen siguen cocinando, cuidando de los suyos y manteniendo la esperanza, muchas de ellas desde hace más de una década.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), se prevé que para el año 2025 cerca de 140 millones de personas de todo el mundo se encontrarán desplazadas por la fuerza y convertidas en apátridas como consecuencia de los conflictos, la violencia, la persecución y las perturbaciones relacionadas con el clima, dificultades que se ven agravadas a su vez por la inestabilidad económica.
Solo en África Oriental hay más de 5,5 millones de refugiados y solicitantes de asilo, y casi 22 millones de personas deben afrontar situaciones desplazamiento interno prolongado. La mayoría vive en campamentos o asentamientos, a menudo durante años, porque regresar a sus hogares no es una opción.
Es el caso de Hilina. Su familia huyó de la guerra hace décadas y no tiene un hogar al que volver.
El programa “Greening the Humanitarian Response” (Orientación ecológica de la respuesta humanitaria), financiado por la Unión Europea y ejecutado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el ACNUR, ayuda a las personas desplazadas, las comunidades de acogida y las autoridades locales a gestionar los recursos naturales de manera más eficaz, reduce las tensiones y presta apoyo al medio ambiente y los medios de subsistencia. © FAO/Nick Oloo
Desde que murió su madre, Hilina debe asumir la mayor parte de las responsabilidades del hogar. Una de las principales es cocinar para su familia, lo que tradicionalmente conlleva una larga y peligrosa travesía para recoger leña.
“El trayecto para recoger leña lleva mucho tiempo. Salgo por la tarde y no llego hasta la noche. ¡Hay que ir muy lejos! Los niños también dejan la escuela para ir a recoger leña”, explica.
Tal y como ocurre en el campamento de Ali-Addeh, el desplazamiento prolongado ejerce una enorme presión sobre los escasos recursos naturales y puede provocar tensiones entre las comunidades desplazadas y las comunidades de acogida. Los bosques, los recursos hídricos y las tierras cultivables son recursos muy valiosos que se ven sometidos a una gran presión por los campamentos, que pueden surgir de la noche a la mañana y permanecer durante décadas.
“Los retos a los que se enfrentan día a día estas comunidades son el acceso a los medios de subsistencia, la protección y los riesgos para la salud, sin olvidar las tensiones entre las comunidades de acogida y los propios habitantes de los campamentos”, señaló Indira Joshi, Oficial de emergencias y resiliencia de la FAO. “Lo realmente preocupante es el carácter prolongado de este desplazamiento, y la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué está haciendo la comunidad internacional al respecto?”
Una de las respuestas la ofrece el proyecto titulado Greening the Humanitarian Response, “Orientación ecológica de la respuesta humanitaria”, (GHR, por sus siglas en inglés), ejecutado por la FAO en colaboración con el ACNUR y financiado por la Unión Europea. El proyecto ayuda a las personas desplazadas, las comunidades de acogida y las autoridades locales a gestionar los recursos naturales de manera más eficaz y a mejorar el acceso a la energía para cocinar y garantizar los medios de subsistencia.
Además de consumir numerosos recursos y requerir mucho tiempo, los métodos tradicionales de cocción son potencialmente peligrosos, ya que afectan a la calidad del aire y exponen a las familias a riesgos de salud.
Para hacer frente a esta situación, en el marco del proyecto GHR se han distribuido cocinas de bajo consumo energético.
“[La cocina] nos evita tener que ir lejos, a las montañas, a recoger leña... así que ahora la vida es más fácil”, afirma Hilina.
Una parte del proyecto GHR consistió en distribuir cocinas de bajo consumo energético, lo que reduce la necesidad de talar árboles para obtener leña y de emprender largas y peligrosas travesías para conseguir este recurso. © FAO/Nick Oloo
El proyecto también promueve el uso de Prosopis juliflora, una especie de planta invasora, para producir carbón vegetal sostenible para cocinar. De este modo se reduce la necesidad de utilizar leña y se contribuye a la gestión de la especie.
“El hecho de que estemos tratando de transformar la Prosopis en carbón vegetal es muy importante para limitar la degradación de los recursos naturales y, al mismo tiempo, utilizarlos de manera racional”, explicó Kwami Dzifanu Nyarko-Badohu, representante de la FAO en Djibouti.
Arturo Gianvenuti, ingeniero agroecológico de la FAO, destaca que el proyecto GHR ha generado también datos de referencia valiosos sobre impacto ambiental y necesidades energéticas que pueden servir de guía para intervenciones más eficaces en función del costo y apoyar el desarrollo de cadenas de valor forestales sostenibles.
El proyecto GHR ofrece un modelo adaptable a otras escalas para proteger el medio ambiente y, a la vez, mejorar la vida de las personas, a través de la aportación de energía más limpia, la restauración de los ecosistemas y el aumento de la resiliencia de personas que viven en algunas de las situaciones más vulnerables del mundo. Hasta ahora, el proyecto se ha puesto en práctica en Djibouti, la República Unida de Tanzanía, Somalia y Uganda.
Sitio Fuente: FAO